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Nos debemos a los demás

Ruth Altamirano con Miguel y Auria padres de Tatiana Moreira
En la foto: Ruth Altamirano con Miguel y Auria padres de Tatiana Moreira

Después de la partida de nuestros hijos ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué camino vamos a tomar?
¡Qué difícil que es a veces decidir!, ¿no es cierto?

Una vez vino un papá y nos dice: "¡qué cosa difícil es perder un hijo! yo no lo entiendo"
¿Qué es lo que usted no entiende? le dijimos..
“Yo no entiendo esto: ¿por qué un día una cosa que hago está bien y por qué, al otro día, hago la misma cosa y está mal?”

A ver, explíquese.
Y nos dice: “el otro día yo entro al living de mi casa y está mi hija llorando, entonces, yo me acerco a ella y me pongo a llorar con ella, y los dos compartimos nuestro dolor.”
Y pregunta “¿está bien eso?”

Sí, está bien porque dos personas han compartido sus sentimientos, sus emociones.
¿Cuál es la emoción que ese hombre ha compartido con su hija? La de perder un hijo o un hermano, el dolor que tienen por haberlo perdido.

Entonces agrega: “Al día siguiente, yo estaba muy triste porque había perdido mi hijo, entro a casa y veo que mi hija estaba saliendo con el novio, yo me pongo a llorar delante de ellos y se armó un "lio" bárbaro.”

Fíjense ustedes, ese hombre los dos días lloró por lo mismo y ¿por qué un día está bien y el otro día no está bien si el sentimiento es el mismo?, si la emoción es la misma, ¿por qué un día está bien y otro día está mal?

Porque los sentimientos solos no sirven, no los podemos manejar ni nos guían hacia el sentido.
El sentido es aquello que es bueno para mí, bueno para los demás y bueno para la vida.
En el primer día, era necesario que ese papá llorara con su hija porque era bueno para él, bueno para su hija y era necesario para la vida, que los dos pudieran juntarse.
Pero el segundo día no; porque con ese llanto por su hijo, le arruinó la salida a su hija, entonces, este asunto de perder un hijo nos ha hecho replantear los viejos criterios de duelo convencional, haciendo que Renacer sea una alternativa y nos ha hecho replantear dos hombres.
Ese papá, el segundo día, debió callarse la boca, debió no llorar, debió sacrificarse, autorrenunciar a su propio dolor, porque esa renuncia y ese sacrificio lo hubiera hecho por la hija que quedaba.
Entonces, tenemos que cambiar, tenemos que saber que está bien todo aquello que yo haga, o deje de hacer, que tienda siempre a hacer algo por otra persona, algo de bien por otra persona.
El primer hombre es el hombre que responde a sus pasiones, a sus emociones y a sus sentimientos, el segundo hombre es un hombre que ha descubierto su dimensión espiritual y responde a su espíritu, responde al ser humano, al ser que sacrifica su dolor para que otra persona sufra menos.

Es el hombre que describe Víctor Frankl, cuando dice: “El hombre que se levanta por encima de su dolor, para ayudar a un hermano que sufre, trasciende como ser humano”.
¿Cuál de los dos hombres quieren ser ustedes?
El segundo, ¿No es cierto?

Entonces, tenemos que saberlo, tenemos que saber que no podemos ser juguetes de nuestros sentimientos, que no podemos, simplemente, decir: bueno, yo voy a llorar porque lo siento, porque estoy mal. ¡No! tenemos que decir: ¿a quien ayudo o a quien perjudico con esto que yo hago ahora?
Entonces, quiere decir que una vez más nosotros estamos siempre abiertos al mundo, somos trascendentes, NOS DEBEMOS A LOS DEMÁS.

Y así lo hacen los padres, al emerger más sabios, más amorosos, más receptivos hacia aquellos que los necesitan, preparados para extender una mano o prestar un hombro hermano, sabiendo que, frente a lo irreversible, frente a aquello que no puede ser cambiado, el hombre tiene aún la última de las libertades individuales: elegir la actitud con que lo enfrentará, si será como la débil hoja arrastrada por los primeros vientos de otoño, o como el árbol fuerte pero flexible que se inclina y estremece pero se yergue fortalecido cuando la tormenta pasa.

No será a partir de una mera elaboración de un duelo, de un proceso absolutamente individual y despojado de toda trascendencia, que puedan surgir individuos libres para elegir ser mejores, más compasivos y solidarios con el dolor ajeno.

Que a los corazones de cada padre de Renacer, llegue en el año que se inicia, nuestro deseo de paz y armonía, en homenaje nuestros hijos, a aquellos que están físicamente con nosotros y a los que lo están espiritualmente.

Alicia Schneider Berti- Gustavo Berti, bertilogoterapia@gmail.com, Diciembre 23 de 2011

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