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Dones de la vida y muerte de nuestros hijos…

Esta carta fue enviada por una madre agradecida a la Dra. Elizabeth Kubler-Ross. Me pareció valioso publicarla porque muestra cómo puede ser la vida después de la muerte de un hijo. Espero le toque, como me tocó a mí… Ha sido tomada del libro: La Rueda de la Vida.

Hoy es el Día de la Madre y en este día tengo muchas más esperanzas de las que tenía hace cuatro años. Ayer regresé de Virginia, donde he asistido al seminario "La vida, la muerte y la transición", y siento la necesidad de escribirte para decirte cómo me ha afectado.

Hace tres años murió mi hija Katie, a los seis años, de un tumor cerebral. Poco después mi hermana me envió un ejemplar de la historia de Dougy, y las palabras que escribiste en esa hoja informativa me conmovieron profundamente. El mensaje de la oruga y la mariposa continúa dándome esperanzas y fue muy importante para mí escuchar tu mensaje el jueves pasado. Gracias por estar ahí y hablar con nosotros.

Sería muy difícil enumerar todos los dones recibidos durante esa semana, pero sí quiero concretarte algunos de los dones que recibí de la vida y la muerte de mi hija. Gracias a ti, entiendo más lo que significaron la vida y muerte de mi hija. Durante toda su vida nos unieron lazos muy especiales, pero esto lo vi con más claridad durante su enfermedad y muerte. Ella me enseñó muchísimo cuando murió y continúa siendo mi maestra.

Katie murió en 1986, después de una batalla de nueve meses contra un tumor maligno en el tronco encefálico. A los cinco meses de enfermedad perdió la capacidad de caminar y de hablar, pero no de comunicarse. La gente se sentía muy confundida cuando la veía en ese estado semicomatoso y cuando yo afirmaba que la niña y yo no parábamos de charlar. Ciertamente yo continué hablando con ella y ella conmigo. Insistimos en que le permitieran morir en casa, e incluso la llevamos a pasar unos días en la playa dos semanas antes de su muerte. Esos días fueron importantísimos para nosotros; había también sobrinas y sobrinos pequeños que durante esa semana aprendieron mucho sobre la vida y la muerte. Sé que recordarán durante mucho tiempo cómo nos ayudaron a cuidar de ella.

Katie murió a la semana de haber regresado a casa. Ese día comenzó como de costumbre, dándole sus medicamentos y comida, bañándola y conversando con ella. Esa mañana, cuando su hermana de diez años se iba a la escuela, Katie emitió unos sonidos (hacía meses que no lo hacía), y yo comenté que le había dicho "Adiós" a Jenny antes de que se marchara a la escuela. La noté muy cansada y le prometí que ya no la movería más ese día. Le dije que no tuviera miedo, que yo estaría con ella y que estaría muy bien. Le dije que no tenía por qué aferrarse a mí, y que cuando muriera se sentiría segura y rodeada por personas que la amaban, por ejemplo su abuelo, que había muerto hacía dos años. Le dije que la echaríamos mucho de menos, pero que estaríamos bien. Después me senté con ella en la sala de estar. Esa tarde, cuando volvió Jenny de la escuela, la saludó y después se fue a otra habitación a hacer sus deberes. Algo me dijo que fuera a ver a Katie y comencé a limpiarle el tubo por donde se alimentaba, que estaba goteando. Cuando la miré vi que se le ponían blancos los labios. Hizo dos inspiraciones y dejó de respirar. Le hablé; ella cerró y abrió los ojos dos veces, y murió. Yo sabía que no podía hacer nada, fuera de abrazarla, y eso hice. Me sentí muy triste, pero también con mucha paz. En ningún momento se me pasó por la mente practicarle la reanimación, cosa que sé hacer. Gracias a ti, entiendo por qué. Sabía que su vida acabó cuando tuvo que acabar, que había aprendido todo lo que vino a aprender, y que había enseñado todo lo que vino a enseñar. Ahora paso la mayor parte del tiempo tratando de comprender todo cuanto me enseñó durante su vida y con su muerte.

Inmediatamente después de que muriera, y aún hasta hoy día, experimenté una oleada de energía y sentí deseos de escribir. Escribí durante varios días, y continúan sorprendiéndome la cantidad de energía y los mensajes que recibo. En cuanto murió me llegó el mensaje de que tengo una misión en mi vida, que vivir significa acercarse y dar a los demás. "Ka-tie vivirá eternamente, como todos nosotros. Hemos de compartir con los demás la esencia de lo que es más valioso. Amar, compartir, hablar, enriquecer la vida de otras personas, acariciar y recibir caricias, ¿hay otra cosa que esté a la altura de estos momentos?"

Así pues, a partir de la muerte de Katie me he embarcado en una nueva vida; comencé un curso de orientación que terminé en diciembre, empecé a trabajar con personas enfermas de sida, y a comprender cada vez más mis lazos espirituales con Katie y con Dios.

También me gustaría contarte un sueño que tuve vanos meses después de la muerte de Katie. Este sueño me pareció muy real, y cuando desperté comprendí que era muy importante. Tu charla del jueves pasado me hizo ver con más claridad aún su significado:

En el sueño llegaba junto a un riachuelo que me separaba de otro lugar. Me di cuenta de que tenía que ir a ese lugar. Vi un puente muy estrecho que cruzaba el riachuelo. Mi marido estaba conmigo y me siguió durante un rato; después tuve que llevarlo en brazos por el puente. Cuando llegamos al otro lado, entramos en una casa. Había allí muchos niños, cada uno llevaba una tarjeta con su nombre y dibujos. Vimos a Katie, y entonces comprendimos que ésos eran todos los niños que habían muerto y que teníamos permiso para hacerles una corta visita. Nos acercamos a Katie y le preguntamos si podíamos abrazarla. "Sí —nos dijo—, podemos jugar un rato, pero no puedo marcharme con vosotros." Le dije que ya sabía eso. Estuvimos allí un rato y jugamos con ella, pero después tuvimos que marcharnos.

Desperté con la clara sensación de que había estado con Katie esa noche. Ahora sé que así fue. Besos.

M.P.

3 comentarios:

Alvaro Alvarado dijo...

Yo siempre he pensado en dos cosas que nos acercan a Dios. Ahora que me pasó con David, lo doy por seguro.
Siempre he pensado que el dolor y el frío cualquiera de los dos me acercan a Dios. En las noches frías salgo al patio y lo siento en mí, o cuando voy a alguna montaña, al sentir el frío lo siento en mi. En el caso del dolor de igual manera, sólo que el dolor desgarra, pero es más intensa la presencia de Dios.

Se los confieso, porque yo creo que todos tenemos nuestras formas personales de conectarnos a él. Me gustaría que me comentaras otras.

Alejandra, mamá de Raquel dijo...

No hay habría nada que me llenara más que poder sentir la presencia de mi bebé en mi casa, en mi carro, junto a mí.
Hoy por hoy, de seguro no estoy lista porque, por más que hago el esfuerzo no logro sentirla como yo quiero. Creo que por eso la busco en el cementerio, cuando sé que ya no está ahí.

Deseo fervientemente que la muerte de mi hija me produzca paz, energía, aunque sí me ha impulsado a escribir mis sentimientos. Rezo por eso todos los días.

ManSua dijo...

Nos conectamos en formas diferentes a nuestros hijos por varias razones, una es que cada uno de ellos son diferentes y cada uno de nosotros también.

Les cuento que mi hija Lena, Doña Daisita y yo tenemos formas diferentes en percibir su presencia y conectarnos con él, además pasa el tiempo y vamos aprendiendo a ser mas y mas espirituales lo que nos permite acercamos al mundo donde ellos viven.

Alejandra por favor no crea que la forma que nosotros hoy tenemos una relación diaria y cercana con nuestro hijo se dio el mismo día que él murió, hace hoy cinco años, hemos aprendido a tener paciencia, a ser mas espirituales, a vivir en el tiempo de Dios, y tal vez lo principal hemos aprendido a percibir la vida con nuestros corazones y no con nuestra razón.

Llega un día que el dolor disminuye y nos deja acercarnos a ellos, a los ángeles que son nuestros hijos