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Sobre la vida y el vivir

Este es el último capítulo del libro: La Rueda de la Vida, de la Dra. Elizabeth Kubler-Ross. Fue escrito por ella misma al final de su vida y consciente de que había llegado el fin. Muestra cómo se puede llegar a morir totalmente consciente de ello y en completa paz. El 24 de agosto del 2004 vivió su muerte como ella quería; en su casa, rodeada de su familia y personas queridas. En marzo de 1999 la revista Time la había incluído en la lista de los 100 pensadores más destacados del siglo XX. Al final de su vida había recibido 28 doctrados honoris cuasa en vaias universidades alrededor del mundo,  escrito más de 20 libros, impartido conferencias  y cientos de seminarios-taller alrededor del mundo, acerca del trabajo con los desahuciados y sus familiares, y había iniciado un nuevo sistema de hospicios especializados en el trato de enfermos terminales.

Es muy típico de mí tener ya planeado lo que sucederá. De todas partes del mundo vendrán mis familiares y amigos, atravesarán en coche el desierto hasta llegar a un diminuto letrero blanco que, clavado en el camino de tierra, reza "Elisabeth", y continuarán su camino hasta detenerse ante el tipi indio y la bandera suiza que ondea en lo alto de mi casa de Scottsdale. Algunos estarán tristes, otros sabrán lo aliviada y feliz que estoy por fin. Comerán, contarán historias, reirán, llorarán, y en algún momento soltarán muchos globos llenos de helio que se parecerán a E.T. Lógicamente, yo estaré muerta.

Pero ¿por qué no hacer una fiesta de despedida? ¿Por qué no celebrarlo? A mis setenta y un años puedo decir que he vivido de verdad. Después de comenzar como una "pizca de 900 gramos" que nadie esperaba que sobreviviera, me pasé la mayor parte de mi vida luchando contra las fuerzas, tamaño Goliat, de la ignorancia y el miedo. Cualquier persona que conozca mi trabajo sabe que creo que la muerte puede ser una de las experiencias más sublimes de la vida. Cualquiera que me conozca personalmente puede atestiguar con qué impaciencia he esperado la transición desde el dolor y las luchas de este mundo a una existencia de amor completo y avasallador.

No ha sido fácil esta postrera lección de paciencia. Durante los dos últimos años, y debido a una serie de embolias, he dependido totalmente de otras personas para mis necesidades más básicas.

Cada día lo paso esforzándome por pasar de la cama a una silla de ruedas para ir al cuarto de baño y volver nuevamente a la cama. Mi único deseo ha sido abandonar mi cuerpo, como una mariposa que se desprende de su capullo, y fundirme por fin con la gran luz. Mis guías me han reiterado la importancia de hacer del tiempo mi amigo. Sé que el día que acabe mi vida en esta forma, en este cuerpo, será el día en que haya aprendido este tipo de aceptación.

Lo único bueno de acercarme con tanta lentitud a la transición final de la vida es que tengo tiempo para dedicarme a la contemplación. Supongo que es apropiado que, después de haber asistido a tantos moribundos, disponga de tiempo para reflexionar sobre la muerte, ahora que la que tengo delante es la mía. Hay poesía en esto, un leve drama, parecido a una pausa en una obra de teatro policíaca cuando al acusado se le da la oportunidad de confesar. Afortunadamente, no tengo nada nuevo que confesar. La muerte me llegará como un cariñoso abrazo. Como vengo diciendo desde hace mucho tiempo, la vida en el cuerpo físico es un período muy corto de la existencia total.

Cuando hemos aprobado los exámenes de lo que vinimos a aprender a la Tierra, se nos permite graduarnos. Se nos permite desprendernos del cuerpo, que aprisiona nuestra alma como el capullo envuelve a la futura mariposa, y cuando llega el momento oportuno podemos abandonarlo. Entonces estaremos libres de dolores, de temores y de preocupaciones, tan libres como una hermosa mariposa, que vuelve a su casa, a Dios, que es un lugar donde jamás estamos solos, donde continuamos creciendo espiritualmente, cantando y bailando, donde estamos con nuestros seres queridos y rodeados por un amor que es imposible imaginar.

Por fortuna, he llegado a un nivel en el que ya no tengo que volver a aprender más lecciones, pero lamentablemente no me siento a gusto con el mundo del que me marcho por última vez. Todo el planeta está en dificultades. Ésta es una época muy confusa de la historia. Se ha maltratado a la Tierra durante demasiado tiempo sin pensar para nada en las consecuencias. La humanidad ha hecho estragos en el abundante jardín de Dios. Las armas, la ambición, el materialismo, la destrucción, se han convertido en el catecismo de la vida, en el mantra de generaciones cuyas meditaciones sobre el sentido de la vida se han desencaminado peligrosamente.

Creo que la Tierra castigará muy pronto estas fechorías. Debido a lo que la humanidad ha hecho, habrá terribles terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas y otros desastres naturales jamás vistos. Debido a lo que la humanidad ha olvidado, habrá muchísimo sufrimiento. Lo sé. Mis guías me han dicho que hay que esperar cataclismos y convulsiones de proporciones bíblicas. ¿De qué otro modo puede despertar la gente? ¿Qué otra manera hay de enseñar a respetar la naturaleza y la necesidad de espiritualidad?

Como mis ojos han visto el futuro siento una gran compasión por las personas que quedan aquí. No hay que tener miedo; no hay ningún motivo para tenerlo si recordamos que la muerte no existe. En lugar de tener miedo, conozcámonos a nosotros mismos y consideremos la vida un desafío en el cual las decisiones más difíciles son las que más nos exigen, las que nos harán actuar con rectitud y nos aportarán las fuerzas y el conocimiento de El, el Ser Supremo. El mejor regalo que nos ha hecho Dios es el libre albedrío, la libertad. Las casualidades no existen; todo lo que nos ocurre en la vida ocurre por un motivo positivo. Si cubriéramos los desfiladeros para protegerlos de los vendavales, jamás veríamos la belleza de sus formas.

Cuando estoy en la transición de este mundo al otro, sé que el cielo o el infierno están determinados por la forma como vivimos la vida en el presente. La única finalidad de la vida es crecer. La lección última es aprender a amar y a ser amados incondicionalmente. En la Tierra hay millones de personas que se están muriendo de hambre; hay millones de personas que no tienen un techo para cobijarse; hay millones de enfermos de sida; hay millones de personas que sufren maltratos y abusos; hay millones que padecen discapacidades. Cada día hay una persona más que clama pidiendo comprensión y compasión. Escuche esas llamadas, óigalas como si fueran una hermosa música. Le aseguro que las mayores satisfacciones en la vida provienen de abrir el corazón a las personas necesitadas. La mayor felicidad consiste en ayudar a los demás.

Realmente creo que mi verdad es una verdad universal que está por encima de cualquier religión, situación económica, raza o color, y que la compartimos todos en la experiencia normal de la vida.

Todas las personas procedemos de la misma fuente y regresamos a esa misma fuente. Todos hemos de aprender a amar y a ser amados incondicionalmente.

Todas las penurias que se sufren en la vida, todas las tribulaciones y pesadillas, todas las cosas que podríamos considerar castigos de Dios, son en realidad regalos. Son la oportunidad para crecer, que es la única finalidad de la vida.

No se puede sanar al mundo sin sanarse primero a sí mismo.

Si estamos dispuestos para las experiencias espirituales y no tenemos miedo, las tendremos, sin necesidad de un gurú o un maestro que nos diga cómo hacerlo.

Cuando nacimos de la fuente a la que yo llamo Dios, fuimos dotados de una faceta de la divinidad; eso es lo que nos da el conocimiento de nuestra inmortalidad.

Debemos vivir hasta morir. Nadie muere solo. Todos somos amados con un amor que trasciende la comprensión.

Todos somos bendecidos y guiados. Es importante que hagamos solamente aquello que nos gusta hacer. Podemos ser pobres, podemos pasar hambre, podemos vivir en una casa destartalada, pero vamos a vivir plenamente. Y al final de nuestros días vamos a bendecir nuestra vida porque hemos hecho lo que vinimos a hacer.

La lección más difícil de aprender es el amor incondicional. Morir no es algo que haya que temer; puede ser la experiencia más maravillosa de la vida. Todo depende de cómo hemos vivido. La muerte es sólo una transición de esta vida a otra existencia en la cual ya no hay dolor ni angustias.

Todo es soportable cuando hay amor. Mi deseo es que usted trate de dar más amor a más personas. Lo único que vive eternamente es el amor.

6 comentarios:

Alvaro Alvarado dijo...

Repitiendo la estrofa de la canción de Leon Gieco. Solo le pido a Dios, que el dolor no me sea indiferente, que la reseca muerte no me encuentre vacio y sólo sin haber hecho lo suficiente.

Alejandra, mamá de Raquel dijo...

Este libro, "La Rueda de la Vida" me dejó una estela de esperanza, no tan fuerte como yo quisiera, porque el dolor habita en mi corazón ahora, pero esperanza al fin.
Pensé cómo a la Dra Kubbler le tomó muchos años, calar en la vida de personas que realmente creyeran en ella, en su trabajo.
Me encanta la idea de que la muerte no existe, que simplemente es como llegar a la graduación de esta etapa mortal.
Mi pequeña Raquel de seguro era inmaculada, perfecta, porque no fue necesario que pasara, lo que nosotros, en la tierra, para aprender lo que debemos, antes de vivir la vida eterna.
Pienso que todos los hijos de Renacer, también murieron en el momento en el que habían alcanzado la perfección.
Gracias por ayudarnos a mi esposo y a mí a entender que la muerte es solo el siguiente paso.

Alvaro Alvarado dijo...

En la palabras de la Dra. Ross no partimos hasta que hayamos aprendido multiples lecciones, pero de todas ellas, la más importante es el amor incondicional. A mi me cuesta bastante entender como mi hijo, con tan poco edad se dió desprendidamente por un extraño. no hay mayor regalo quien da la vida por un amigo. Entiendo ahora un poco cuando leo y releo lo referente a que la sabiduría y experiencia del espíritu no es la misma que la del cuerpo. Ellos están muy evolucionados espiritualmente. Lo que no concibo es el hecho de no darme cuenta a tiempo de que vivía con un ser tan especial.

Alejandra, mamá de Raquel dijo...

Ustedes que llevan camino recorrido, quiero preguntarles, en qué momento de este trance, uno acepta de corazón, que los hijos no están. Yo aún busco a Raquel en mi vientre, en mi casa.
La gente me dice que tengo que seguir adelante, pero no tengo fuerzas. Un día como hoy, con costos me bañé. La vida se me torna oscura, vacía, por más que oro y leo y re leo lo que acá se publica, libros, pensamientos, etc.

Alvaro Alvarado dijo...

Áceptar aceptar quien sabe cuando? lo que sea aceptar es aprender a vivir sin ellos. A darle vuelta al sufrimiento y convertirlo en amor. El dolor no se va a ir,pero el sufrimiento si debe partir.

Cuando en nuestro interior aceptemos que la vida es una oportunidad de crecer y que el dolor es una de las experiencias más cultivadoras del espíritu; en ese momento puede ser que aceptemos este precioso regalo. De momento yo estoy en el horno. no estoy listo, y me falta horas de fuego. Asi que si quieres compartir el hornito, somos varios.

Eduardo Mena, Papá de Rebeca y Guayo dijo...

A mi me tomó un año decirle adiós a mi hija Rebeca. A Mi esposa Ruth le tomó mucho menos. Pero ese es solo el inicio de una aceptación que dura mucho más. Así que, no hay recetas. Cada uno tiene su momento de decir adiós. Cuando llegue tu momento la podrás dejar ir en paz!. Mientras tanto, aquí estamos contigo... esperamos ese momento juntos!