Quiero empezar este relato de mi peregrinaje por el valle de la sombra de muerte afirmando que yo quise demasiado a mi hija Rebeca. Desde el día en que nació, sentí algo especial por esa niña. La ví crecer, le cambié los pañales, le enseñé, paso a paso, las cosas de la vida. Le enseñé a caminar, andar en bici, nadar, usar la compu, navegar en internet, quemar CD’s, andar en Bus, manejar, reparar los electrodomésticos cuándo se dañaban. La llevé y la recogí del colegio cada día, de las fiestas, de la casa de sus amigas, de la Kzona. Muchas veces nos comíamos un sándwich vegetariano en Subway o nos tomábamos un café mocachino en McCafé. La llevé a sacar su cédula, su permiso de conducir, su tarjeta electrónica. Le enseñé a apreciar la música de todo tipo, a ser responsable de sus actos, a ser respetuosa de los demás, a valerse por sí misma. Creo, por las evidencias, que también le enseñé a amar a Dios. Al verla crecer aumentó mi admiración por su carácter, su autoestima, su seguridad y su amor a Dios. No sé, si se trata solo del amor de un padre hacia su hija “mujer”, o si había algo espiritual que nos unía de una manera tan especial. Pero sí sé que ella también sentía algo especial por mí. Yo solía echarle piropos y decirle, casi a diario, que la amaba y ella siempre me respondía: “yo también papi”.
De repente, esa relación de amor, con su muerte, se vio rota irreparablemente. De la noche a la mañana, me quedé sin saber qué hacer con todo el amor que tenía para darle. Muchas veces, cuando pienso en ella, siento un profundo vacío de amor aquí en mi pecho y no puedo contener las lágrimas de puro amor. Ese amor sigue vivo, aquí en mi corazón.
Hay una canción, de Alux Nahual, que quiero dedicarle, de manera póstuma, a esta hija que tanto amé:
Quiero sentir por última vez, esa profunda emoción en mi ser.
Quiero vivir y retener el último instante de amor que me des.
Y aunque solo quede tu recuerdo, me dará tu riza y tu voz.
Y aunque solo quede tu recuerdo, mantendrá latiendo este amor.
Quiero grabar en mi corazón, el dulce aroma en tu respiración.
No encenderé otra ilusión, mi vida será una canción en tu honor.
Y aunque solo quede tu recuerdo, me dará tu risa y tu voz.
Y aunque solo quede tu recuerdo, mantendrá latiendo este amor.
Por eso vuelve, cuando puedas vuelve. Yo te juro que te esperaré.
Guardaré mi vida en un rincón. Vuelve no permitiré que el tiempo
le haga daño a nuestro gran amor, lo mantenga vivo mi corazón.
Y aunque solo quede tu recuerdo, me dará tu risa y tu voz.
Y aunque solo quede tu recuerdo, mantendrá latiendo este amor.
Desde la muerte de mi hija he caminado por la senda del dolor constante. La muerte duele y cuesta aceptarla, creo que nunca me había imaginado que esto me podía pasar a mí. Pero me ha tocado luchar con la realidad de que esto sí me está pasando a mí, aquí y ahora. A veces parece que este es un camino sin fin. Pero la verdad es que el dolor es parte de la vida. Y tenemos que aprender a vivir en armonía con él. Pero, lleva mucho tiempo aprenderlo.
Una de las cosas más difíciles, de este peregrinar, es que finalmente uno se tiene que enfrentar al dolor. Y se tiene que dar ese primer paso solo. Ese paso hay que darlo, no hay atajos para evitar este sufrimiento, hay que pasar por él. Es como cuando estás en el último nivel de un trampolín, si no te tiras, nunca superarás ese miedo de mirar el agua abajo. Pero una vez que saltas, ya no hay nada que hacer, solo confiar en que vas a entrar bien en el agua. Pero, cómo cuesta dar ese primer salto y no bajar por las escaleras!.
Lo que duele es que muchas veces te parece que a los demás no les importa tu dolor. A veces se trata de tus mismos familiares o de tus amigos cercanos. Yo no creo que, en realidad, esto sea así. Generalmente esas personas te aman y quieren lo mejor para ti. Es solo una cuestión de cómo lo percibes. A veces es más bien que ellos no saben cómo ayudarte, no saben cómo hacer que sientas que ellos entienden tu dolor. O bien, que ellos tienen miedo de enfrentarse al dolor. Lo cual considero muy justificable, porque el dolor duele mucho.
En este peregrinar hay que aprender a manejar todas estas cosas. Hay que aprender nuevas maneras de pensar, de sentir y de actuar. Hay que aprender a vivir nuevamente. Porque ahora hay que vivir con el dolor de una manera armoniosa. El dolor es parte de nuestra nueva vida. Así como lo es el humor, el gozo, la felicidad, los sueños, etc. Y por sobre todo, hay que aprender que no todos lo entienden así. Algunos quisieran ayudarte a borrar el dolor de tu vida, ayudarte a ahorrártelo, hacerlo desaparecer así como por arte de magia.
A veces casi sientes como si tus amigos tuvieran la expectativa de que en algún momento vas a superar el dolor y erradicarlo completamente de tu experiencia. Porque de lo contrario, pareciera que algo anda mal contigo. No pueden comprender que posiblemente uno nunca lo supere, que las cicatrices de tu corazón van a estar allí por el resto de tu vida. Y que, aunque mejoremos con el tiempo, siempre estaremos marcados por el dolor de perder una hija tan querida.
En familia no solo se tiene que lidiar con tu dolor personal, sino que, muchas veces casi sientes el dolor de los otros miembros de tu familia. Como le dijo mi hijo a la terapeuta: “A mí, lo que más me duele en este proceso es ver a mis padres sufriendo.” Así que, el dolor que te rodea, no solo te ha alcanzado a ti, sino a todos aquellos cercanos a ti.
La senda del dolor constante me convirtió en peregrino de las profundidades del sufrimiento. A veces este camino me parece interminable. Por semanas pasas bien, recordando cosas lindas de ella y agradecido por su legado, la huella que ha dejado en tu vida, te sientes orgulloso de ella. De repente es como si cayeras hacia abajo, a toda prisa, por los rieles de la montaña rusa. Entonces, te das cuenta que los sentimientos están ahí. Las ansias de abrazar a tu hija ausente; Los ojos que queman por tantas lágrimas derramadas; los lentes empañados por la sal de tus lágrimas; los dolores musculares y otros tipos de somatizaciones; los deseos de gritar; el deseo de que todo fuera mentira; querer estar solo o sentir la necesidad de la compañía de algún amigo. Es como estar en el centro de un huracán emocional. Entonces, piensas, cuándo va a terminar este sufrimiento?.
Las profundidades del sufrimiento y la tristeza a veces dificultan distinguir qué es la realidad. La vida sigue pero uno no siente que siga con ella. A veces se siente estar donde uno no quisiera estar. Hasta Jesús mismo dijo: si es posible, deja pasar esta copa. Pero NO es posible, como no lo fue para él tampoco. Así las cosas, ante la imposibilidad de lo inevitable, cuando ya no queda nada más, en estas profundidades, se tiene que aprender a vivir por fe.
La muerte te enseña que no tienes ningún control sobre la vida. Confiar en Dios es la única manera de sobrevivir. Las profundidades nos hacen detenernos y pensar en lo que realmente es importante. En esa espera aprendemos a conocer a Dios, que fue lo mismo que le pasó a Job.
La vida nunca será la misma. Parte de mi vida murió con la muerte de mi hija. Esa parte es irremplazable. Ruth, mi esposa, se dio cuenta en el día de la madre, que desde la muerte de nuestra hija, había estado sintiéndose como que si se hubiese acabado su maternidad. La ausencia de su hija le hacía sentir que ya no era madre. A veces la embarga el dolor de tener que aceptar que todos los sueños que tenía de ver a su hija crecer, casarse, tener hijos, se han esfumado con su muerte. Ella también ha tenido que aprender a vivir una nueva vida. Yo Extraño la presencia de mi hija en la cocina, en la mesa, ayudarle lavando los platos, llevarla o recogerla de alguna fiesta, a la U, darle las buenas noches. Extraño verla on line en el MSN, sus mensajes de texto en el celular. La realidad es que, aunque tenga la certeza de que nunca olvidaré a mi hija, mi vida jamás será la misma sin ella.
Al peregrinar por las profundidades del sufrimiento me di cuenta que no estaba solo. Dios compartía ese dolor conmigo. El enjugaba cada lágrima y me daba fuerzas cada nuevo día. El no ha sido, para nada, indiferente a mi dolor. Esta ha sido mi experiencia más profunda en medio de tanto dolor. Ahora aprecio tanto a Job, cuando decía, que sabía que su redentor vivía. Yo también, ahora, sé que mi redentor vive.
El día del accidente, parado frente al cuerpo de mi hija fallecida, sentí que Dios había puesto su mano sobre mi hombro y me decía: Yo estoy aquí, contigo. Desde ese día he tenido esa certeza y lo he podido verificar casi a diario. Casi un año después del fallecimiento de mi hija, estando en el hotel al que fui con ella por 10 años, sentado en la playa donde la enterré en la arena tantas veces y llorando con mucho dolor por su ausencia, Dios, una vez más, se sentó a mi lado en aquel tronco que la marea había arrastrado la noche anterior, y nuevamente sentí su brazo sobre mi hombro. Esta vez sentí su voz hablando a mi corazón que me decía: Rebeca está aquí contigo, nadie te la puede quitar. Pero ahora la vida debe continuar. En ese momento dejé de llorar y desde entonces pude recorrer el hotel sin dolor y recordar todas las cosas que vivimos juntos todos esos años. Como enseñarle a nadar en una de las piscinas, a sumergirse y cruzar de lado a lado en otra, llevarla a bailar a la disco hasta la madrugada, etc.
Ella NO está más con nosotros físicamente, pero vive en nuestras mentes y en nuestros corazones, para siempre, por medio de todos los recuerdos que tenemos de su vida terrenal. Esa es nuestra esperanza mientras lidiamos con este dolor, cada día, en cada paso, por el valle de la sombra de muerte.
Dios sabe cuánto, alguien en mi situación, necesita con quien compartir el dolor, con quien caminar por este largo valle. En los momentos más, pero más difíciles, Dios se ha hecho presente en mi vida para asegurarme su acompañamiento en el dolor. Esta seguridad de su acompañamiento te hace mirar hacia afuera y te permite ver el dolor del otro. Entonces, de repente te das cuenta que no somos dos, sino más. Algunos de los amigos y amigas de Rebeca, juntamente con nosotros, caminan por este mismo camino compartiendo con nosotros el dolor.
En medio del dolor, he leído el libro de Job varias veces y me he llegado a identificar con este hombre de Dios en su propio dolor. El libro de Job, especialmente la parte de los diálogos, ha llegado a ser para mí como el diario de alguien que ama a Dios, en un proceso de duelo demasiado complicado. Aunque en el valle de la sombra de muerte y bajando hasta las profundidades del dolor, sus mismos amigos le fallan, Job siempre tuvo la certeza del acompañamiento de Dios. En nuestro caso, Dios nos ha estado cuidando a través de muchos amigos y amigas que nos llaman por teléfono, nos visitan en casa, nos escriben emails, nos mandan SMS en días especiales, nos preguntan cómo estamos y nos hacen sentir así que no estamos solos, que Dios nos ama inmensamente.
Al darme cuenta que no estaba solo en el sufrimiento, me di cuenta que solo era un doliente con esperanza. Una de las pruebas más difíciles para la fe en una situación de dolor como la mía es aferrarse a las promesas. He tenido que aprender a confiar en Dios como la única opción viable. Porque en estas profundidades, muchas de las preguntas NO tienen respuesta. Pero eso NO se sabe hasta llegar al fondo del valle. Este crucigrama no tiene las respuestas en la página opuesta como para echarle un vistazo a las preguntas que uno definitivamente sabe que no va a poder responder. Cuando se está sufriendo se llega a la cuenta de que aunque Dios mismo te de las explicaciones del caso eso no va a quitar tu dolor. En lugar de explicaciones, Dios te da promesas que te hacen seguir adelante con nuevas fuerzas.
Aquí he aprendido a tener esperanza. Ante la realidad de que la muerte no puede ser revertida, no me queda otra opción, que tener la esperanza de que de acuerdo a su promesa algún día nos reuniremos con aquellos que han llegado a la gloria primero que nosotros. Entre ellos mi hija amada.
He tenido que creerle a Dios en cuanto a que nuestra única esperanza es que ella vive en una nueva dimensión de vida que llamamos eternidad. Según hemos aprendido de Su Palabra, algún día nosotros también alcanzaremos esa vida y volveremos a estar juntos.
He aprendido a apreciar que ella esté en donde se cumplen todos los deseos, donde no existe el dolor, donde existe la completa comprensión, donde todas las preguntas tienen respuesta, en un lugar de gozo, de seguridad y de amor. A veces pienso: ¡en qué mejores manos podría estar mi hija, que en las de Jesús a quien tanto amaba. Nadie podría cuidarla mejor que él, ni siquiera yo!. Y aunque su ausencia muchas veces me hace llorar muchísimo, esta esperanza me llena de gozo, me trae una quieta paz y llena de gratitud mi corazón.
Al aceptar la esperanza empecé a nacer a una nueva vida. Nada puede separarnos del amor de Dios, ni la muerte. Entender el amor de Dios en el valle de la muerte es como una nueva redención. Solo que no es una redención del pecado sino de la desesperanza.
La respuesta de Dios ante la muerte es la vida. Yo sé que Dios no me va a dar otra hija en lugar de Rebeca (Aunque sí me ha dado varias hijas postizas). También sé que de la pena y ruina por la que hemos pasado desde la muerte de mi hija, caminando por la senda del dolor constante, hasta convertirnos en peregrinos de las profundidades del sufrimiento y darnos cuenta que no estamos solos, sino que somos dolientes con esperanza, Dios sacará una nueva vida. Esta vida ha estado creciendo lentamente dentro de mi alma y de la de mi esposa y mi hijo, mientras que pasamos por esta pena.
Mi última esperanza es que cuando hayamos experimentado el consuelo del Señor, podamos compartir este consuelo con otros peregrinos del dolor.
Bendito sea el Dios..., Dios de toda consolación, el cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación con que nosotros somos consolados por Dios. (2 Co 1:3-4)
Esto fue escrito en el 1er aniversario de su fallecmiento y lo estoy posteando 8 meses después en este blog, en el día de su natalicio, no de su cumpleaños porque Rebeca ya los cumplió todos!!!
Eduardo Mena
6 comentarios:
Estimado compañero, amigo y hermano. Tus palabras calan muy hondo en mi corazón. Definitivamente lo que has sentido y vivido es tan cruel y despiadado que sólo el que lo ha pasado sabe. Pero cómo tu sabes, estamos aquí para enfrentarnos a la vida, y decirle te jodiste conmigo, soy mas fuerte, Dios me ha dado las fuerzas para salir adelante.
De los blogs que he ingresado odio los comentarios de la gente que en lugar de ayudarte te reafirma la hipereflexión, así que yo no. Animo que no está sólo.
Bendiciones.
He tomado algunas de las líneas que has escrito y les puse un pequeño comentario, con la intención que escuches mi más sincero sentir que es tanto para mí como para voz.
“finalmente uno se tiene que enfrentar al dolor” (no hay forma de esconderse y se debe de enfrentar y vivirlo)
“se tiene que aprender a vivir por fe” (con esperanzas de que llegara un día que todo estará bien nuevamente)
“Vive en nuestros corazones” (y a diario y en cualquier momento los tiene para ti)
“aprender a confiar en Dios” (ciegamente y sin promesas, naciendo del corazón)
“Nadie podría cuidarla mejor que él, ni siquiera yo” (lucho a diario para que mi corazón lo crea)
Cuenta con migo en este camino que Dios nos ha reunido.
ManSua Papa de Kyke.
Saludos.
Gracias a ambos!. Lo interesante para mí ha sido leer esto en retrospectiva. Porque si me tocara escribirlo ahora, lo escribiría algo diferente... Pero, lo valioso de escribirlo en el momento es que fija en el tiempo y en la historia tu propia historia. En 10, 20, 40 años, cuando lo volvamos a leer diremos como machado... se ve la senda que nunca se ha de volver a cruzar. En esa senda, gracias a nuestros hijos, nuestros caminos se cruzaron...
Apreciado Sr. Eduardo Mena, he leido con profundo interes su maravilloso escrito me conmueve y comparto integralmente por cuanto perdi a un hijo de 17 años en un abrir y cerrar de ojos, sin ninguna explicacion si es que la hay para una muerte prematura y absurda como es la de un adolescente. El mundo se me hizo trizas en segundos, perdi la percepcion y el interes por la vida, pero me levante con la fuerza del Dios omnipotente y he seguido luchando contra la adversidad para encontar nuevos focos de luz y de esperanzas, solo quien ha padecido una tragedia como esta puede entender a cabalidad el dolor lacerante de un padre a quien la vida le arrebata un tesoro sin precio como es un hijo. Dios le siga bendiciendo y estamos unidos para no dejarnos someter por las adversidades de la vida un abrazo, de Ernesto Rafael Pérez Puerto Cumarebo Estado Falcon Venezuela
Estimado, Ernesto:
Gracias por sus palabras. A casi 2 años, de la muerte de mi hija, estoy convencido de que la muerte de un hijo es la crisis existencial más fuerte por la que puede pasar un ser humano. En su caso, se ve que verdaderamente ud. ha asumido esta muerte prematura de su hijo con acitutd. Sin duda va a encontrar esos focos de luz y esperanza.
Nosotros hemos encontrado en la ayuda mutua mucha de esa luz y de esa esperanza. De modo que, poco a poco, a través de otros como Ud., con quienes caminamos por el mismo camino, la vida nos ha ido enseñando a caminar en el amor y no en el dolor.
Bendiciones, Gracias por compartir!!!
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